LA REFLEXIÓN



“Más fuerte, más inteligente, más rápido, más bueno, más exitoso…: mejor”.

A veces, las ambiciones perseguidas se asemejan a la línea del horizonte que en lo más lejano se divisa: yendo hacia ellas nos parece que podemos perder todo el tiempo del mundo sin llegar nunca a alcanzarlas, pero en pos de ellas vamos pasando preocupados los breves compases de nuestras vidas. A veces los propósitos, del género que sean –aunque tanto más cuanto más difíciles-, son sierpes que entre nuestras piernas se enredan o enormes losas que sobre nuestras espaldas pesan, que nos hacen difícil avanzar o, más grave aún, nos impiden darnos cuenta de que, de mejor o peor modo, avanzamos. Hay ocasiones en que falta el aliento para proseguir hacia nuestras metas, en que uno siente el cuerpo a punto de desfallecer, y los miembros casi no responden, cansados como están por el largo y a ratos inhóspito recorrido. Solo continuamos andando como autómatas por el influjo del sol cegador de los sueños, el sol que en nuestros espíritus insufla la imagen radiante y perfecta que queremos emular, el sol que con sus cálidos brazos nos insta perpetuamente a seguir el camino hacia algo mejor.

Pero a veces, ni siquiera él consigue animarnos, volviéndose inalcanzables sus luminosas ilusiones, y nos disponemos a abandonar lo empezado. Por culpa de un revés, de un golpe mal dado, de cualquier cosa que no fue como debió ser, nos hundimos rápidamente en las sombras, inermes, exhaustos, desgraciados. Hemos tocado fondo y hay, entonces, que pararse. Mucho antes hubiera sido recomendable, pero llegados a este punto es ya necesario para seguir vivo, como lo pueda ser el agua al sediento, el pan al hambriento, el beso al enamorado. Hay que bajar la mirada, agachar la cabeza, cerrarse sobre uno mismo, dejar que el mundo, el nuestro, el de los insignificantes escollos y las alegrías de cada día, pare por un momento; darle la espalda al brillo de los propios fines y proyectos, y encontrar otra luz, que hasta con los ojos cerrados se puede ver, más pura y más adentro: comparar y ver la importancia real de las cosas desde los ojos de otro, de la Historia, o del universo entero, es decir, contemplar nuestros problemas desde fuera y a lo grande: de seguro que las penas, las heridas y los contratiempos parecerán menos. Ese rato, concentrado en uno mismo y pensando en esas cosas auténticamente importantes, es lo que, según creo, hace posible a los grandes hombres, los que a la larga consiguen grandes cosas, proseguir luego el trayecto, plenamente y con constancia, ciertamente conocedores de sus metas y con afán por alcanzarlas, pero también, y más relevante, conscientes de cada paso, dueños de su propio camino, felices de estar vivos.


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Pintura: Jeune homme nu assis au bord de la mer (Desnudo masculino sentado al borde del mar), de Jean Hippolyte Flandrin.

Texto: Esperanza

4 comentarios:

RosaMaría dijo...

Una reflexión inteligente y profunda, la introspección ayuda a conocer y reconocerse para seguir en pos de las metas e ideales propuestas. Besos.

Esperanza dijo...

Es verdad Rosa María, a veces es mejor pararse en uno mismo para luego avanzar, para tomar impulso.
Muchísimas gracias por tu visita, hacía mucho tiempo que no escribía nada y me alegra comprobar que te pases por aquí todavía :)

Un saludo,
Esperanza

A.Dulac dijo...

Buen post Esperanza, medido,analítico y real porque el ser humano si quiere limpiarse y tirar para delante ha de reflexionar consigo mismo y sincerarse ,valorando lo importante y encontrando su equilibrio, como la imagen que encabeza tu escrito, a pura piel.
un besazo enorme de A.Dulac

Silvia dijo...

Profunda reflexión Esperanza, en el interior de cada uno se encuentra esa luz que nos ayuda a seguir adelante, ánimo!

Te quiere, Silvia.

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