Me marcho, amiga.
A tu ventana no he de venir a cantar más serenatas, ni hemos
nosotros de soñar más lunas que alumbren nuestras noches.
El camino es largo y azaroso, pero es mi camino. Desde aquí
oigo el trasiego de millones de pasos, ecos que rebotan sobre eco, y todos
ellos constantes y serenos, cada vez más lentos y con más camino andado a la
espalda. Son los míos, mis propios pasos, y junto a ellos no estás tú.
Ya mis pies andan ansiosos por partir, ¡me marcho y se que
no volveré!.
Traspasando el umbral de esta puerta, la vista no retornaré
ya nunca más a tu balcón, como mi alma no vendrá a agitarse ya nunca más con
una palabra, una sonrisa o un ceño fruncido tuyo. Traspasando el umbral de esta
puerta, el corazón no se atormentará más por un reproche o una estocada mal
dada (mojada en la hiel de la batalla), ni habrá nunca más desvelos por quién
estará admirando tus suaves bucles negros. Traspasando el umbral de esta
puerta, en fin, mi única compañía será la de este bastón, y nadie más, ni siquiera
tu recuerdo, amiga.
Pero como quiera que todavía no lo traspaso, que todavía
estoy aquí, un último adiós tengo que decir. Sea por los viejos tiempos, como
se suele decir, o dicho de otro modo, por los tiempos en que nosotros –los de
antes- nos queríamos, sin más pretensiones que querernos, fuese cual fuese nuestro
destino y nuestra pena. Por los tiempos en que jurábamos y perjurábamos que
este momento no llegaría, y que negábamos que, algún día, alguno pudiera
pronunciar estas palabras.
Me marcho, amiga, para no volver jamás.
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Pintura: Despedida al amanecer, de Moritz von
Schwind.
Berlín, Staatliche Museen zu Berlin – Preussischer Kulturbesitz,
Nationalgalerie.
Texto: Esperanza.
2 comentarios:
Triste la despedida y más aún si se tiene la conciencia del fin.
Un abrazo de A.Dulac
Una despedida acorde al cuadro. Bellos y melancólicos los dos. Beso.
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